Hace ya unos días, mientras viajaba en un coche compartido hacia Lleida con un señor de unos cuarenta y pocos años, surgió una interesantísima conversación sobre periodismo. Él, policía y, anteriormente, pintor de rótulos, me contó su afición por la prensa escrita y su descontento con el periodismo “de guerrilla” que abundaba en los medios actuales.

Un periodismo “marcado por la ideología de unos y otros que no suele corresponderse con la realidad”, decía. “Hay que ser más objetivo”, repetía.

Todo ello, surgió mientras hablábamos sobre el tratamiento que la prensa le había dado al auge del independentismo catalán y al de Podemos. Todo esto, en castellano, aunque él era de Tarragona y yo de Lleida.



Los que me conocéis, sabréis que tengo una pericia considerable para meterme en camisas de once varas así que ahí fui. Con todo.

“El periodista no tiene que ser objetivo. Contra más mordaz, mejor”, le dije.

 “¿Eso es lo que os enseñan en la facultad?”, me dijo.
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